El domingo, 23 de diciembre de 2012 en la mañana regaba mi plantita de Eternidad, cuando me percaté que tenía un hijito que había anhelado desde que mi amiguita Isabel me la obsequió. Cuando ella me la regaló (trasplantada de su planta que a su vez fue un obsequio de una de sus clientas) tenía cuatro hojas. Lamentablemente, una de ellas murió semanas después de su llegada a mi hogar, por lo que me cuestioné el nombre de la planta pero más que mi capacidad de mantener viva una planta llamada Eternidad. Por eso, me entusiasmó muchísimo ver ese nuevo hijito, emblemático del reverdecer y del crecimiento.
Lo que nunca imaginé, es que, mientras yo admiraba la nueva hechura, aproximadamente a esa misma hora un gran compañero, de esos que nos brindan tanta alegría por su fidelidad y compañía, expiraba. ¡Qué cosas! ¡Cómo nos habla la naturaleza! Mientras yo celebraba en alta voz un nacimiento, Dolphin Rosa Vélez falleció tras una buena vida perruna de 12 años. Nació en el 2000 en la aldea Soto del Barrio Naranjo de Aguada. Fue el más largo sobreviviente de su camada. Su curioso arribo a nuestro hogar, parecía la profecía de una vida milagrosa.
Sucede que una noche mi esposo José Luis y yo llegamos a la casa, acostumbrábamos, en ese entonces, dejar la puerta sin seguro (dejamos esa costumbre). Cuando entramos al family había en el suelo una bola peluda marrón. De momento pensé que se trataba de una de las miniaturas de mi colección de perritos, pero al acercarnos vimos que se trataba de un ser viviente: un puppy, que tal vez tenía semanas de nacido. Alguien, que luego descubrimos que era uno de los sobrinos de José Luis, dejó el animalito que no le permitieron en su casa, tal vez pensando en su inocencia infantil que sería un lugar seguro para el perrito.
Como era tan pequeño, yo me lo llevaba para el trabajo. Sí, ya sé lo que están pensando, ¿un perro en la oficina? Pues sucede que la cultura organizacional de la emisora radial donde yo laboraba en Cabo Rojo lo permitía, tenían dos perros dentro de las instalaciones. Así que por varios días viajaba con mi cajita y la criatura peluda que recibió el cariño de mis compañeros de trabajo.
Pero mis padres se preocuparon de que viajara todos los días -una hora en auto- con el perrito y que estuviera con él en horas laborables, así que lo adoptaron (bueno, luego de que los convencimos que no estábamos listos para ser padres).
Así fue que, durante 12 años, vivió como un rey en casa de mis padres. Contrario a sus hermanos que sufrieron penurias, enjulamientos y muertes prematuras, Dolphin vivió relajado, en un hogar seguro, bien alimentado, superbien cuidado, lleno de cariño y muchas atenciones.
Por su lengua negra y su pelaje abundante marrón, pensamos que era una mezcla de Chow-Chow con Borinquen terrier. Era un perro obediente y cariñoso, que aparte de sus buenas cualidades tenía en su hoja de vida una mordida a mi sobrino Víctor Yazel. Cuando mi hermana Zaidy y Yazel regresaron a Aguada (hace unos 10 años atrás), el perro no lo conocía y la teoría es que el niño hizo algún movimiento que al can le pareció intimidante contra papi y lo mordió en la cara. Uf!!! sin duda un susto grande, que se fue subsanando con la recuperación pronta de Yazel, quien con su gran corazón perdonó al perro, y luego, continuaron una buena relación.
Dolphin, como la mayoría de los canes, se ponía muy nervioso con los truenos, pirotecnia y ruidos fuertes. Esto lo enloquecía, por lo que par de veces rompió los screens de la casa de mis padres con la intención de poder entrar y resguardarse del peligro. Una vez lo logró, y cuando mami y papi llegaron a la casa, el perro había roto la tela metálica y había ingresado a la casa por la ventana. En sus tiempos juveniles, era audaz con sus brincos, ya en estos últimos años era evidente que le dolía sus coyunturas. Sufrió dos operaciones una en cada oreja, lo que le dio un nuevo look, así como el problema de la sordera. Era mañosito para comer por lo que papi tenía que pararse al lado de él hasta que terminara su comida. Una vez mami y papi se fueron de viaje y nos tocó darle comida al perro, José le sirvió una lata de comida, pero no se la esparció, cuando regresé al siguiente día no se la había comido. Velaba por la puerta de la cocina a mami cuando le olía rico y ella le compartía algún pedacito de pollo. También le gustaba comer galletitas (no las de perro).
Él sabía que yo era su mamá, pero que lo había dado en adopción a los abuelos por su bienestar. Así que cada vez que yo llegaba me recibía con aullidos de alegría y en forma de juego mordiéndome los pies. Hace como tres semanas atrás lo hizo por última vez, estoy segura que usó todas sus energías para demostrarme su cariño. El viernes por la noche, ya estaba muy alicaído, ni siquiera levantó la cara cuando lo llamé. Fue allí que sospeché que eran sus últimos días. Tomé su cara en mis manos y levanté su cabeza y me miró con resignación. Lo acaricié. Esa fue nuestra despedida.
En la familia Rosa-Vélez somos amantes de los perros, quienes con sus muestras de cariño, agradecimiento y fidelidad forman parte de nuestros hogares. Es por eso, que escribo estas sentidas palabras como un memorial de Dolphin (así somos los dog lovers) ya que era parte de nuestra familia. Un abrazo solidario a papi, quien lo cuidó amorosa y pacientemente durante estos años. También lo enterró en el patio, donde descansan las mascotas que le antecedieron. Sobre su tumba sembraré la planta de la Eternidad.
